¿Qué es la innovación social?
En la teoría, es un conjunto de herramientas que nos permite llegar a la raíz de un problema. Es desde allí, desde el fondo, que podemos diseñar programas sociales capaces de transformar. Porque si solo resolvemos lo evidente, lo que se ve, lo superficial, es como poner un curita sobre una herida llena de materia. Y tarde o temprano, esa herida se infecta, crece, se vuelve crónica.
Cuando eso pasa, el problema no solo persiste, muchas veces empeora. Y ahí es cuando, sin querer, quienes trabajamos por generar cambios sociales podríamos estar sumando más al problema que a la solución. Así de duro. Así de claro. Ahora, en la práctica, la innovación social es tener un radar siempre encendido. Es estar con los ojos, el corazón y los oídos bien abiertos para detectar necesidades reales, nuevas realidades, cambios en el entorno. Es mantenernos despiertos, para crear soluciones que resuelvan el problema base.
Pero ojo, hay una trampa silenciosa. A veces, creamos una solución buena, funcional, incluso exitosa. Y nos enamoramos de ella. Nos aferramos tanto a “lo que funcionó”, que dejamos de ver si el problema mutó, si las condiciones cambiaron. Perdemos el foco. Dejamos de ser innovadores y nos convertimos en repetidores de fórmulas que, aunque brillaron, ya no bastan. Ni siquiera si vienen de grandes gurús. Porque en esto, en el trabajo social, no se puede comer entero.
Nuestro foco no debe estar en la metodología, sino en la raíz de los problemas. En las personas, en sus vidas, en sus historias. La innovación social es un mundo apasionante. Es pura antropología y psicología aplicada. Es observar, investigar, empatizar. Es tener la capacidad y el coraje, de ir más allá de lo evidente. Si de verdad queremos generar un cambio profundo y
duradero, si queremos transformar realidades complejas y no solo maquillar el panorama, entonces no hay otra manera, la innovación es fundamental, no opcional.
Quienes trabajamos en este campo nos mueve la incomodidad de ver una injusticia y no quedarnos quietos, es el dolor ajeno que sentimos como propio. Es el deseo de servir, de hacer algo, de mover la aguja, aunque sea un poco. Por eso, o garantizamos que haya un cambio real en las personas… o apague y vámonos. Porque el campo social ya no está para hacer actividades bonitas o para inventarse proyectos a diestra y siniestra. Esto va en serio. Se trata de generar impacto, de cambiar vidas, de transformar el presente con la mirada puesta en un futuro más digno.
El éxito de la innovación social se mide por el impacto. Que no es una moda, ni parte de una ligereza en la comunicación. Impacto es la transformación real que vive una persona, una familia, una comunidad después de pasar por un programa social. Y para eso se necesita cabeza, planeación y estructura. El impacto no ocurre en una sola charla o en un taller. El impacto es un proceso.Es el resultado de actividades conectadas, diseñadas con objetivos claros, construidas desde una teoría del cambio que sepa a dónde quiere llegar, y con indicadores que midan ese camino, porque sí, lo que no se mide, no se mejora. Esto quiere decir que la gestión es diferente al impacto. La gestión se refiere al número de personas y/o actividades, el impacto es lo que esa gestión logra cambiar en las personas beneficiarias.
La gestión es el camino. El impacto es el destino.Así que, colegas, hagamos las cosas bien. No solo porque podemos, sino porque debemos. En nuestras manos está, muchas veces, la vida emocional, social y económica de comunidades enteras. Este trabajo es una responsabilidad inmensa. Pero también es un privilegio. Así que, si vamos a estar aquí, que sea para dejar huella. Y si no… ya saben: apague y vámonos.
Angélica Ortiz
Directora Ejecutiva
Fundación el Nutri